domingo, 13 de julio de 2008

El regreso de Jesus o cómo Satán justificó la pedofilia de Horacio Poreira

Esa mañana, la hija de Don Juliaco había recibido la excelente noticia: ella era la nueva señorita La Paz. En verdad era una cosa inesperada, por más que fuera una de las muchachas más sensuales de la ciudad. Don Juliaco, que siempre había visto en su hija una belleza inusual, estaba algo sorprendido, pero lo que más le preocupaba era que de ahí en adelante todo iría a volverse prensa y publicidad; las carnes de su hija estarían por doquier expuestas en su más primigenia desnudez. Habiendo sido criado en un pequeño pueblo aledaño a la ciudad, habiendo recibido una educación cristiana lo suficientemente rígida como para decir que hoy en día todavía creía en el bueno y viejo Dios, Don Juliaco nunca había conseguido dejar de sobresaltarse ante la desnudez sin tapujos que lo circundaba donde sea que se encontrase en la ciudad. Los frescos y jóvenes culos, los firmes e impercudidos senos de esas jovencitas que nunca pasaban de los veinticuatro años hacían temblar cada nervio del pobre viejo de cincuenta y dos. En algún momento, con absoluta seguridad, se descubriría observando el culo de su hija en un cártel y pensando: "¡Qué rica carajo!"