sábado, 27 de septiembre de 2008

¡A mi hijita con calma, carajo!

Cuando se hundió en la oscuridad de la habitación de su hija, Don Juliaco sintió de pronto cómo los nervios se esfumaban y una suerte de emoción violenta se apoderaba de todo su cuerpo. Ahora sólo quería probar las voluptuosidades que le esperaban en la cama de la nueva señorita La Paz.
El golpe certero asestado con la llave inglesa que había sacado de su caja de herramientas fue suficiente para dejar a su hija inconsciente. La emoción de estar en medio camino de lo que tanto había estado deseando estas semanas le hizo entrar en una suerte de inconsciencia de la que sólo pudo salir cuando se encontró en el sótano de su casa con su hija maniatada a una silla, todavía fuera de sí. En ningún momento, al parecer, la erección que tenía desde el momento en que ingresó a la habitación de su hija se había alterado, y su pene seguía empujando hacia afuera la tenue tela de sus piyamas. No hacía más que frotarse las manos mientras pergeñaba la forma en que abordaría ese cuerpo hecho de carnes firmes y frescas, como recién sacadas de un gimnasio. Poco a poco se fue acercando a los muslos de miel que no había dejado de anhelar esos días y, mientras se arrodillaba, todos sus sentidos se abrían en espera del ansiado primer contacto. Con su olfato comenzaba a sospechar el ambiguo aroma de las carnes vivas que se ocultaban debajo del felpudo que hacía de señal de bienvenida y fungía como signo de invitación a disfrutar de esos tesoros escondidos. Podía discernir ya ese espeso olor que manan a veces las zonas de mar y que tiene la intensidad suficiente para empapar por largo tiempo el interior de la nariz. Esa fetidez dura que suele mezclarse con los perfumes femeninos sin nunca poder ocultarse; esa hediondez que surge tanto del inexpiable deseo como de las materias urinarias y bacteriales allí acumuladas; ese tufillo a pez que nos asegura que estamos en las puertas del placer y la voluptuosidad. Con ambiciosa vehemencia, y ya sin ningún control sobre sí mismo, Don Juliaco zambulló su rostros en medio de las piernas de su hija y comenzó a buscar con su lengua las carnosidades frescas del coño.
Con el embate de los aromas y el ímpetu de su acometida no se dió cuenta de que su hija había ido recuperando la consciencia, hasta que escuchó, por encima de su cabeza: "¡Carajo, papi, qué haces!"

lunes, 18 de agosto de 2008

Más canciones guaseaditas

Este domingo, las circunstancias se dieron para retomar una actividad creativa de lo más entretenida, en la que todos participaron alguna vez durante la era de "Estudios Iturralde", y cuyo potencial cómico es ya irrefutable --- basta con recordar temas como "Cosqui", "Arigato Kiyomi Sato", "Dedadí", "Dedo" y otros de esa etapa de creación prolífica, facilitada en gran medida por el tiempo de ocio que dejaba en nuestras manos la proliferación (valga la redundancia) de reuniones de padres de familia. La actividad es, porsupuesto, la grabación de cancioncitas guaseaditas compuestas en dos patadas.

He aquí la letra, en su versión original, de esta nueva cancioncita, dos seis (feat. Chris Cornell), que ya está a disposición en sus respectivos correos electrónicos. Esperamos que ésta será de su agrado y les dará alguna idea para uno de esos momentos de vagancia.

domingo, 13 de julio de 2008

El regreso de Jesus o cómo Satán justificó la pedofilia de Horacio Poreira

Esa mañana, la hija de Don Juliaco había recibido la excelente noticia: ella era la nueva señorita La Paz. En verdad era una cosa inesperada, por más que fuera una de las muchachas más sensuales de la ciudad. Don Juliaco, que siempre había visto en su hija una belleza inusual, estaba algo sorprendido, pero lo que más le preocupaba era que de ahí en adelante todo iría a volverse prensa y publicidad; las carnes de su hija estarían por doquier expuestas en su más primigenia desnudez. Habiendo sido criado en un pequeño pueblo aledaño a la ciudad, habiendo recibido una educación cristiana lo suficientemente rígida como para decir que hoy en día todavía creía en el bueno y viejo Dios, Don Juliaco nunca había conseguido dejar de sobresaltarse ante la desnudez sin tapujos que lo circundaba donde sea que se encontrase en la ciudad. Los frescos y jóvenes culos, los firmes e impercudidos senos de esas jovencitas que nunca pasaban de los veinticuatro años hacían temblar cada nervio del pobre viejo de cincuenta y dos. En algún momento, con absoluta seguridad, se descubriría observando el culo de su hija en un cártel y pensando: "¡Qué rica carajo!"

miércoles, 20 de febrero de 2008

El Hueso Salinas (continuación)

Justificar a ambos ladosTodo resultaba extraño.
Hasta la semana pasada, la vida del Hueso había sido un pozo profundo cuyas aguas no podían ser perturbadas: la rutina del día a día, la comodidad de lo consuetudinario, el bienestar en la espera que ya no desespera. Nada podría haber fungido como indicio de las tribulaciones que vivía ahora. En verdad, los pequeños sobresaltos y las efímeras alegrías le habían venido por la realización de ciertos proyectos que tenía guardados y esperando cuales frutas maduras que aguardan ser derribadas. En su cabeza proliferaban las ideas, los proyectos, las ambiciones irrealizables y a veces tenía la impresión de que era el sostén de un nido de serpientes que se mordían mutuamente. Estas cosas le pasaban usualmente cuando dejaba por un tiempo su interés por el crimen, en el que normalmente su irrefrenable imaginación se concentraba. Y es que no hacía mucho había creído encontrar un buen lugar para desbocar sus deseos más violentos: las excesivas carnes del cuerpo de la Romba, una vieja puta que venía de salir de la cárcel. No se trataba de su físico: a fin de cuentas no era más que una gorda que apenas cabía entre sus ropas. Era la manera en la que se expresaba el poder y la autoridad en cada palabra que pronunciaba, la seguridad y total confianza en sus decisiones, la imposición que suponía el más sencillo de sus juicios. Una de las primeras veces que el Hueso la había visto había pensado en un helado: las piernas que apretujadas se levantaban como un cono contenían desenvueltas las abundantes bolas de sabor que eran sus senos, su estomago, su monte de Venus. Vestía esos conjuntos deportivos que hacen la delicia de los trotadores matutinos, hechos de esa tela que parece la misma con que están fabricadas las toallas y que sólo vienen en colores que gritan a los cuatro vientos su total ausencia de gusto.
Era ella quien había hecho que todos sus pensamientos se desviaran de la simple preocupación por el crimen hacia la preocupación por sus organizaciones profundas, aquellas que se producían subterráneamente, en la oscuridad de los lenguajes codificados, en el silencio del encierro. Le había fascinado cómo la Romba era capaz de controlar a una serie de inadaptados desde la prisión, ejerciendo su poder a través de las putas que manejaba, los cleferos que le hacían servicios por unos pesos, un poco de clefa o algo de sata, las matonas a quienes había salvado y que se sentían endeudadas. La Romba era el ejemplo viviente del cinismo de quien sabe demasiado bien que la vida no tiene un pelo de moral. Y a cualquier objeción levantada en contra de su inclemencia, se limitaba a repetir, alzada en petulancia: “al que quiere celeste, que le cueste”.

lunes, 11 de febrero de 2008

Bangas langas

Un reencuentro masterbanga tuvo lugar en Paris el miércoles. Tras conseguir unas entradas baratas en ebay (revendedor desesperado porque era el último día) decidí ir al concierto de smashing pumpkins en Bercy esa noche. Ya dentro del lugar, don Leonardillo recibió una llamada. Era nuestro entrañable amigo libanés Dabadun balabus, que estaba en la ciudad visitando a su hermana. Les dijimos que podían conseguir entradas baratas en la puerta y que nos dieran encuentro. Algún tiempo después, vimos a thiero y a mich en la fosa (nosotros estabamos en gradería) y se imaginarán lo master bangla que fue. Luego del concierto, entre risas y zumbidos de oido por el volumen exagerado, nos fuimos a un bar (estaban tambien unos antiguos del franco, Miguel y Valérie) y de ahí a la casa de Valérie a tomar unos whiskys (J&B) para celebrar el evento con sentimiento boliviano.

El jueves fue calabaza como a las siete de la mañana. Yo tenía que volver a Lyon por las obligaciones y demás materialidades. Decidí ir nuevamente a Paris este viernes y estuvimos con Didú la noche del viernes y desde el sabado en la noche hasta el domingo (me acompañaron con Miiiiich a la gare). Fueron dos días de fiesta bastate graciosos.

Lo único que puedo decir es que Dabadú está identico, como si no tuviera relación con el tiempo, comme s'il s'agissait de quelque chose qui ne le concernait pas. Espera poder estudiar en Paris el proximo año pues al encontrarse con los de la community pudo darse cuenta que conseguir los papeles que necesitaba --- por los que le negaron la visa este año --- no era nada dificil.

domingo, 20 de enero de 2008

El Hueso Salinas

Ya en las sábanas, el cuerpo de la muchacha se le ofrecía como el pan fresco de las mañanas. El Hueso Salinas dejó su arma y se abalanzó sobre ella con la destreza que da el hambre.

Después, viendo llover a través de la ventana empañada, supo que había dejado escapar al hombre cuya sangre acartonaba ya las cortinas. Rechazó las manos tibias de la puta y se levantó de un salto. Abrió el ropero y vio el charco circular y denso macerando las tablas.

El viento alargaba las calles empedradas donde se perdían las sombras. Era la boca de lobo de las cinco de la mañana. El Hueso Salinas, borracho de ira, caminaba raspando el metal de su arma contra los muros dormidos del vecindario. Iba murmurando algo -tal vez un nombre- y nada lo diferenciaba de las sombras húmedas que se perdían en las encrucijadas. De pronto, nacida en una esquina, una lluvia recia de palazos lo encontró desprevenido. Y ya en el suelo, oliendo tan de cerca esa mierda humana en que tenía la cara, vio las botas embarradas de dos hombres.

-Levantate, maricón -le dijeron.

-Con gusto -dijo él, despegando la cara de la mierda.

-Vas a ver quién es tu papá.

-Me gustaría conocerlo, ya que mi madre era una puta -les dijo, ya de pie.

Uno era pálido, y tenía la sonrisa nerviosa; el otro, un moreno enorme de pómulos grises, lo miraba sin pestañar y le dijo:

-Sí pues, a tu madre me la tiré hasta cansarme. Y pedía más.

En ese preciso instante, la bala le atravesó la entrepierna y soltó, con las últimas sílabas, la cuota de sangre necesaria para decirlas. Rápido como el rayo, el otro levantó la macana bañada en sangre y la descargó con toda su ira: el Hueso sintió cómo el hueso, vibrante, del antebrazo, se le había astillado. Pero hubo un disparo, y el Sonrisas cayó sin dejar de sonreír.

-Y ahora quién es la puta -dijo el Hueso Salinas, escupiendo la sangre que cada noche hacía renacer en su boca.






































lunes, 26 de noviembre de 2007

historia diver.

Estábamos el sábado en discoteca paceña, muy farandulera, llena de gentes, con algunos tragos encima. Salíamos el Sergiol, el Ilker (Lynch), la Rata y yo para ir a otro bolichín. Ya en la puerta nos encontramos con un tumulto medio heavy de personas vociferando. De pronto, se nos ocurre meterle un "El de ~zon es de mí" y de la nada, justo al lado nuestro, un tipo rubio al que no habíamos prestado atención alguna, dice: "john..." como si algo en nuetsro dicho hubiese aludido a su nombre. El men era un gringuetti que no pudo contener su palabra al escuchar que en nuestra frase se pronunciaba su nombre: "el de john es de mí". De ahí, nos pusimos a charlar con él, y nos quería seguir, le explicamos la razón del "el de ~zon es de mí" y estuvo bueno.
Otra cosa, hay un grito muy divertido que espero pueda verse reflejado en un dibujo que hice en paint, ahí lo tienen.